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Como Perra, Como Loba; o cómo llegué a la conclusión de que Brunhilde era Visigoda

  • dizecexahi
  • 25 may 2020
  • 4 Min. de lectura

El Cantar de los Nibelungos fue el primer libro que me apasionó. Era apenas una adolescente de quince años cuando repasaba una y otra vez los pasajes del poema épico más relevante de la literatura alemana, mientras reía o me emocionaba ante los maravillosos relatos de aventuras, batallas y romances. Mi mente se llenaba se pajaritos medievales de costumbres paganas pero maneras cristianas. Un poco como yo, criada como Católica, pero más afín en mi fuero interno a los valores tradicionales del paganismo.


Al pasar de los años, leer diferentes traducciones de mi amado Cantar ya no era suficiente, así que comencé a rastrear los antecedentes históricos que lo formaron, llegando, como era de esperarse, a los Eddas Islandeses. La primera vez que tuve el Edda Mayor entre mis manos, me sentí poseedora de un tesoro imponderable; no el libro en sí mismo (el cual era un préstamo de la biblioteca, dicho sea de paso), sino de la oportunidad de acceder al pensamiento y sentir de seres humanos que vivieron mucho tiempo atrás quienes además habitaban al otro lado del mundo... el triunfo de la "otredad"... encontrarse a sí mismo en el otro, en un otro verdaderamente distante y diferenciado.


Devoré el ciclo Nibelungo con un frenesí obsesivo. Cada palabra hacía vibrar el centro de mi pecho, llenándome el alma de placer estético y de la emoción egoísta de salirme con la mía. Luego, una segunda lectura, más pausada. Una tercera, apuntando notas al margen de mi juego de copias personal. (No marco libros públicos, eso es pecado mortal y peor aún, extrema descortesía contra otros lectores, quienes tienen derecho a disfrutar el placer de encontrar un libro inmaculado al pedirlo en la biblioteca).


La paz inundó mi ser. Había encontrado el origen de mi amado Cantar. Desvié mi curiosidad a otros aspectos de la tradición escandinava, tales como el Seidr, la lectura de runas y la mitología en general. Dejé el tema tranquilo algunos años, hasta que me topé con Brunequilda, la visigoda. El paralelismo entre los nombres de quienes participaron en la historia de esta reina, con los nombres de la gesta Nibelunga me fueron evidentes a primera vista, así que releí las viejas copias dónde conservaba la versión en español del poema Frá dauða Sinfjötla, el primero del ciclo Nibelungo dentro del Edda Mayor. Ante mis ojos, en la primera frase, aparecía claro como el agua. La historia que había llevado en el corazón desde la adolescencia no se había gestado en el lejano norte de Europa, sino en Frankland. El héroe Volsungo era el Rey de Frankland. La tierra de los Francos. Sigurd era en realidad el Merovingio Sigeberto I, de Austrasia, Siegfried. Para aquellos no familiarizados con el tema, les diré que los Merovingios fueron la dinastía fundada por Meroveo, un caudillo Franco. Los Francos fueron una de las tantas tribus germánicas que habitaron el centro de Europa.


La piel se me erizó. La famosa Brunhilde, Brunequilda, Brunegilda, no era una valquiria mítica habitando el Valhalla o escondida tras un cerco de llamas en la cima de una montaña, castigada por Odín-Wotan. No. Era una reina visigoda, quien nació en Hispania y fue tan determinada que marcó la historia de su época. Era de carne y hueso. Mis amados personajes existieron más allá del platónico mundo de las ideas. No solamente eso, el hecho de que fuera una princesa Visigoda, nacida en Hispania, la acercaba más a mi, ya que parte de mi familia, como la mayoría de las familias Mexicanas, tiene sus orígenes en España. Miré unos aretes hechos en Toledo que me regaló mi abuela paterna (quién, cabe aclarar, no tenía ninguna relación sanguínea con la ciudad amurallada, simplemente pensó que dichos aretes eran una artesanía hermosa y por ello decidió comprárselos a su nieta), y me sentí más cerca que nunca de mi más admirada heroína. Esos aretes fueron creados en la ciudad que vio nacer a Brunegilda, la histórica Brunegilda. La de verdad, despojada de mitología y leyendas distorsionadas por la trasmisión oral propia de los cantares de gesta.


Tenía que contar su historia, tenía que soñarme ella por unos instantes mediante el rito de la escritura, porque la escritura es un rito, un rito que permite al escritor canalizar a los personajes y vivirlos en carne propia durante el proceso creativo. Sí, cual médium, ni más ni menos. Así nació la obra Como Perra, Como Loba, por la necesidad personal de ser un canal que permitiera a la reina Visigoda manifestarse nuevamente en este mundo y quedar inmortalizada mediante un humilde y amoroso tributo literario.


Sé que no soy historiadora, y ésta es una teoría personal. Ignoro si los estudiosos del tema compartan ésta visión, ya que comprendo que la literatura Épica se nutre de diversas fuentes. Sin embargo, no me importa. En mi corazón no hay dudas y con eso me basta.


Comercial: Para aquellos que tengan el interés de leer la obra, pueden encontrarla dentro de la compilación de textos dramáticos Lo que No Cantaron los Nibelungos, la cual se encuentra a la venta en Amazon, tanto en versión impresa como en formato electrónico.



 
 
 

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